Aún recuerdo la vez que descubrí el arma en casa. Los minutos que la tuve en mis manos el mundo se detuvo, sentí nervios por conocer el secreto que mi padre guardaba, además, jamás había visto una tan cerca; así que observé cada detalle hasta grabarlo en mi memoria, como si se tratase del mejor regalo. Era tal mi euforia que pensé que mi madre escucharía los latidos de mi corazón así que dirigía la mirada hacia la entrada para no ser descubierto.
Coloqué el arma en la bolsa del pantalón simulando a un vaquero, la saqué veloz, jalé del gatillo y… nada! La desilusión que me provocó el que no saliera ni una bala pudo más que el dolor de ser azotado por mi madre.
Ningún consejo salió de sus labios ese día, cuando terminó de azotarme se agachó y dijo: para que aprendas…
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